Al introducir la oración mariana el Pontífice definió la solemnidad del Corpus Domini como “la fiesta solemne y pública de la Eucaristía, sacramento del Cuerpo y del Sangre de Cristo”.
“La Eucaristía –dijo a continuación- constituye en efecto el ‘tesoro’ de la iglesia, la preciosa herencia que su Señor le ha dejado. Y la Iglesia la custodia con el mayor de los cuidados, celebrándola cotidianamente en la Santa Misa, adorándola en las iglesias y en las capillas, distribuyéndola a los enfermos y, como viático, a cuantos parten hacia el último viaje”.
Asimismo destacó que “este tesoro no consume su radio de acción en el ámbito de la Iglesia” sino que “la Eucaristía es el Señor Jesús que se dona ‘para la vida del mundo’”.
Explicando el sentido de la tradición por la cual en esta fiesta “el Santísimo Sacramento es llevado en procesión” afirmó que con tal gesto “queremos sumergir el Pan llegado desde el cielo en la cotidianidad de nuestra vida; queremos que Jesús camine donde caminamos nosotros, viva donde vivimos nosotros”.
“De la comunión con Cristo Eucaristía –prosiguió el Santo Padre- brota la caridad que transforma nuestra existencia y sostiene el camino de todos nosotros hacia la patria celeste”.
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