Monday, August 27, 2007

Que Religión es la Nuestra ?

Todos los evangelios se hacen eco de un gesto audaz y provocativo de Jesús dentro del recinto del templo de Jerusalén. Probablemente no fue muy espectacular. Atropelló a un grupo de vendedores de palomas, volcó las mesas de algunos cambistas y trató de interrumpir la actividad durante algunos momentos. No pudo hacer mucho más.

Sin embargo, aquel gesto cargado de fuerza profética fue lo que desencadenó su detención y rápida ejecución. Atacar el templo era atacar el corazón del pueblo judío: el centro de su vida religiosa, social y política. El Templo era intocable. Allí habitaba el Dios de Israel. ¿Qué sería del pueblo sin su presencia entre ellos? ¿cómo podrían sobrevivir sin el Templo?

Para Jesús, sin embargo, era el gran obstáculo para acoger el reino de Dios tal como él lo entendía y proclamaba. Su gesto ponía en cuestión el sistema económico, político y religioso sustentado desde aquel «lugar santo». ¿Qué era aquel templo?, ¿signo del reino de Dios y su justicia o símbolo de colaboración con Roma?, ¿casa de oración o almacén de los diezmos y primicias de los campesinos?, ¿santuario del perdón de Dios o justificación de toda clase de injusticias?

Aquello era una «cueva de ladrones». Mientras en el entorno de la «casa de Dios» se acumulaba la riqueza, en las aldeas crecía la miseria de sus hijos. No. Dios no legitimaría jamás una religión como aquella. El Dios de los pobres no podía reinar desde aquel Templo. Con la llegada de su reinado, perdía su razón de ser.

La actuación de Jesús nos pone en guardia a todos sus seguidores y nos obliga a preguntarnos por la religión que estamos cultivando en nuestros templos. Si no está inspirada por Jesús, se puede convertir en una manera «santa» de cerrarnos al proyecto de Dios que Jesús quería impulsar en el mundo. Lo primero no es la religión, sino el reino de Dios.

¿Qué religión es la nuestra?, ¿hace crecer nuestra compasión por los que sufren o nos permite vivir tranquilos en nuestro bienestar?, ¿alimenta sólo nuestros propios intereses o nos pone a trabajar por un mundo más humano y habitable? Si se parece a la del Templo judío, Jesús no la bendeciría.

Saturday, August 18, 2007

Cómo Sería la Vida

Me atrevo a decir que propiamente, Jesús no enseñó una “doctrina religiosa” para que sus discípulos la aprendieran y difundieran correctamente. Jesús anuncia, más bien, un “acontecimiento” que pide ser acogido, pues lo puede cambiar todo. Él lo está ya experimentando: “Dios se está introduciendo en la vida con su fuerza salvadora. Hay que hacerle sitio”.

Según el evangelio más antiguo, Jesús “proclamaba esta Buena Noticia de Dios: se ha cumplido el plazo. Está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed la Buena Noticia”. Es un buen resumen del mensaje de Jesús: “Se avecina un tiempo nuevo. Dios no quiere dejarnos solos frente a nuestros problemas y desafíos. Quiere construir junto a nosotros una vida más humana. Cambiad de manera de pensar y de actuar. Vivid creyendo esta buena noticia”.

Todos los expertos piensan hoy que esto que Jesús llama “reino de Dios” es el corazón de su mensaje y la pasión que alentó toda su vida. Lo sorprendente es que Jesús nunca explica directamente en qué consiste el “reino de Dios”. Lo que hace es sugerir en parábolas inolvidables cómo actúa Dios y cómo sería la vida si hubiera gente que actuara como él.

Para Jesús, el “reino de Dios” es la vida tal como la quiere construir Dios. Ése era el fuego que llevaba dentro: ¿cómo sería la vida en el Imperio si en Roma reinara Dios y no Tiberio?, ¿cómo cambiarían las cosas si se imitara, no a Tiberio que sólo buscaba poder, riqueza y honor, sino a Dios que pide justicia y compasión para los últimos?

¿Cómo sería la vida en las aldeas de Galilea si en Tiberiades reinara Dios y no Antipas?, ¿cómo cambiaría todo si la gente se pareciera, no a los grandes terratenientes que explotaban a los campesinos, sino a Dios que los quiere ver comiendo y no de hambre?

Para Jesús el reino de Dios no es un sueño. Es el proyecto que Dios quiere llevar adelante en el mundo. Él único objetivo que han de tener sus seguidores. ¿Cómo sería la Iglesia si se dedicará sólo a construir la vida tal como la quiere Dios, no como la quieren los amos del mundo?, ¿cómo seríamos los cristianos si viviéramos convirtiéndonos al reino de Dios?, ¿cómo lucharíamos por el “pan de cada día” para todo ser humano?, ¿cómo gritaríamos “Venga tu reino”?

Wednesday, August 15, 2007

Ligeros de Equipaje

Ayer en el transcurso del taller de Liturgia que se está ofreciendo en la Parroquia, discutíamos un poco sobre lo europeo de la Liturgia católica. Veíamos un universo de símbolos impuestos por la jerarquía de Roma, y que para muchos de nosotros, y de seguro en otras culturas no tenían significado alguno.

¿Cómo eran las celebraciones en las primeras comunidades?, ¿Qué hacían?. Estás preguntas me intrigaron un poco, y buscando y buscando, encontré este artículo de eclesalia que es bastante interesante.

“Profanar la eucaristía supone un desprecio a la muerte del señor”, advertía en la homilía del Corpus Cristi el cardenal Rouco, arremetiendo contra las eucaristías de los sacerdotes de San Carlos de Entrevías, ilegales (canónicamente). Y el cardenal primado, Cañizares, lamentaba que la iglesia “con tantos grupos y tendencias", "parece como desgarrada o hecha jirones”; lo decía en los desfiles procesionales del Corpus (declarados de Interés Turístico Internacional), donde se exhibe una descomunal custodia de 18 kilos de oro y 183 de plata, con desfile del ejército incluido (“sin duda el más aplaudido” decía una nota de prensa). Un día antes, en Roma, el Papa recibía en los palacios de la Sede de Pedro al presidente Bush que “venía a Roma (“como en anteriores ocasiones”) a escuchar lo que el papa tenía para decirle”. El emperador del momento regaló al papa un cayado con los mandamientos. “Un acto subliminal; en el Antiguo Testamento fue Dios quien entregó a Moisés la piedra con los mandamientos. Ahora es Bush quien se los entrega al papa” observaba un amigo. Y, en la marginal “Galilea de Entrevías”, en el templo “rojo” de San Carlos Borromeo, el párroco recordaba, en la eucaristía del Corpus, la denuncia de Pablo sobre las eucaristías prostituidas de los Corintios: había unos que cenaban abundantemente mientras que a otros apenas les llegaba. Es decir, sin comunidad, sin compartir, no hay cena del Señor.

El cristianismo incipiente sobrevivió a pesar de la persecución sufrida de manos del omnímodo poder religioso. Tras la muerte de un justo, Esteban, aprobada por el joven fariseo ultra integrista Saulo de Tarso, se produjo la gran espantada: “Aquel día se desató una gran persecución contra la Iglesia de Jerusalén... Pablo de Tarso hacía estragos en la Iglesia; entraba por las casas, se llevaba por la fuerza hombres y mujeres, y los metía en la cárcel” (Hch 8, 1-4). De aquella diáspora nació la Comunidad de Antioquia de la que Pablo (el paradigma de conversión al evangelio) se ocupó un año catequizándola. Llena de gentiles, vivían el evangelio libre del yugo de la Ley; en sus primeros años, fue una comunidad de referencia para Pablo. Hasta que los legalistas se infiltraron. El mismo Pablo, sintiéndose cuestionado, decide ir a Jerusalén (“Concilio” de Jerusalén) donde salió reforzado. Fue fundamental el apoyo de Pedro: quedó claro que lo que importa no son los ritos, ni las prácticas legales sino la conversión al evangelio. Es decir, la eucaristía, por ejemplo, no es un cumplimiento dominical obligatorio, ni un ritualismo, sino una gracia. Según el autor de las catequesis que aquí menciono (el cura Jesús López Sáez), se deduce que la comunidad de Antioquia dejó de ser una referencia para Pablo que, a excepción de la carta a los Gálatas, con su famosa reprensión, pública, a Pedro -“tuve que enfrentarme con él cara a cara, porque era digno de reprensión....” (Ga 2, 11-14)- deja de mencionarla.

Uno de los mejores test para discernir ciertos modos de proceder de la institución eclesial, es contrastarlo con las fuentes, con las comunidades primitivas. ¿Olvidamos que también ellas sufrieron los mismos problemas? Que San Pablo fue cuestionado por los que él llamaba los “falsos hermanos”, los legalistas; o que él tuvo que enfrentarse a Pedro, en Antioquia, porque también él empezó a flaquear, a nadar y a guardar la ropa, cediendo ante los integristas; o que “la comunidad de Jerusalén es la primera comunidad cristiana, el modelo de lo que debe ser la Iglesia. Así lo entendió Juan XXIII al convocar el concilio para devolver al rostro de la Iglesia ‘los rasgos más simples y más puros de su origen’ (...) La primera comunidad cristiana tiene su origen en la misión de Jesús, que empieza en Galilea de los gentiles (Mt 4,15) y termina en Jerusalén (...) Pedro y Juan comparten con los suyos las amenazas recibidas (...) El templo nacional no aguanta la sacudida del terremoto. Se desploma la autoridad de los dirigentes religiosos. El nuevo templo es la comunidad”. Frente al yugo del templo, el cristianismo nace como experiencia de liberación. La libertad, en general, siempre termina por ser agredida; al final la involución se impone, se comentaba en el diálogo tras la catequesis de Antioquia.

En los orígenes, en el atrio de los gentiles, en los aledaños del Templo, un tullido (un excluido social) experimenta una sorprendente curación (Hch 3,2-13), con la mediación de un tal Pedro, galileo temperamental y controvertido, sin estudios teológicos, ni cultura, y uno de los cabecillas de la comunidad galilea del profeta disidente que hablaba contra el templo y anunciaba por los caminos que Dios reina ya. “Hoy el tullido (del relato de Hechos) podría ser un parado de larga duración”. O una familia desestructurada, rota por la droga, con uno o varios hijos fallecidos. O el emigrante sin papeles, explotado, trabajando de sol a sol y sin descanso dominical en las obras de la M-30 y que, justo tras la macro inauguración, es descubierto por la Inspección de trabajo. Posiblemente su patrón o el intermediario de la subcontrata, sean gente devota, cumplidora con el rito de misa de doce.

Aquellas autoridades religiosas, celosas, se alarman ante el poder de aquellos don nadie, sin plataformas. Les prohíben hablar en nombre de Jesús. Pero ellos no se achantan: Juzgad si es justo delante de Dios obedeceros a vosotros antes que a Dios... Justo el pasaje que misteriosamente tocaba cuando falleció Juan Pablo II (Hch 4,13-21), el “Papa estrella” cuya “muerte por entregas filmada en directo” convirtieron los alrededores del Vaticano en “el plató de TV más caro del mundo”; en cuyos fastuosos funerales (rodeado de todos los poderosos de la tierra) se invirtieron (junto a la elección de su sucesor) 7 millones de euros.

El extraño poder de aquellos apóstoles, tan ligeros de equipaje, a quienes se acercan más “lisiados” y gentiles que gente devota, acrecienta el celo de las autoridades religiosas y cumplidores de la Ley que, temerosos de perder influencia, actúan como comisarios políticos y enchironan al grupo. Por segunda vez el sanedrín les interroga: “¿No os prohibimos terminantemente hablar de Jesús?”. Pedro y su equipo repiten: ‘Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5,28-29). Y, de paso, les recuerdan que ellos (con su religión del rito, de la norma) colgaron al profeta laico del madero. Los jefes, llenos de rabia, planifican liquidarlos. Pero Gamaliel, un fariseo doctor de la ley, interviene con sensatez: Mirad bien lo que vais a hacer con estos hombres. Si es cosa de hombres, se destruirá, pero si es de Dios, no conseguiréis nada. De nuevo citan a los apóstoles, les azotan como escarmiento y les sueltan pero conminándoles a no hablar más de Jesús, el profeta “blasfemo” y disidente entregado por ellos a Pilatos.

Hoy, 2.000 años después, el derecho canónico –con ¡el triple de normas que la Torá!- hace pequeño a San Pablo, el apóstol de la libertad del cristiano que catequizaba que lo que salva no es cumplir la Ley (el rito, adorar las custodias de plata ...) sino creer que Jesús es el Señor (Ga 2,16-21). Las autoridades religiosas, muy entregadas en defender el aparato como un fin en sí mismo, confunden comunión con sumisión: se sigue dando ultimatuns, se niega la posibilidad de réplica o se cierran al diálogo (en cambio, a los emperadores que planifican guerras buscando intereses económicos o crean Guantánamos, siempre se les recibe en palacio). Se condenan las eucaristías participativas, y abiertas a todos, donde la comunidad tiene más importancia que el cura o la norma. A los teólogos “díscolos” se les pone en la lista negra, se les advierte, o se les retira la licencia. Y a los catequistas que sugieren que no habría sido ninguna deshonra para la divinidad de Jesús, que él hubiera nacido en una familia normal con hermanos, se les expulsa de la parroquia. Y qué difícil lo tiene el cura, o el laico, que se atreve a denunciar alguna verdad incómoda.

En la liturgia se absolutizan cosas relativas. Así, en los orígenes, cuando las eucaristías se celebraban en las casas, “La expresión fracción del pan (el nombre más antiguo de la eucaristía) permanece en uso mientras la eucaristía se celebra en el marco de una comida. Se llama también cena del Señor (1 Co 11,21). En ese marco, dice San Pablo, no se ha de rechazar ningún alimento que se coma con acción de gracias, pues queda santificado por la palabra de Dios y por la oración (1 Tm 4,4-5). La comida de pan y pescado que el Señor resucitado da a los siete discípulos (Jn 21,13) aparece en el arte cristiano primitivo como expresión eucarística”. Lo importante no es lo que se como sino lo que se celebra. Homilía significa diálogo, compartir experiencias: “Cuando os reunís, cada cual puede tener un salmo, una instrucción, una revelación, un discurso en lengua, una interpretación; pero que todo sea para edificación” (14,26). Podéis profetizar todos por turno (14,31). Todo ha de hacerse con decoro y orden (14,40). Los problemas de división en la comunidad afectan al sentido de la eucaristía, al discernimiento para ver el paso del Señor”.

En el atrio de los gentiles, junto a la puerta hermosa del templo, comenzaron los apóstoles su misión. Sabían que su Maestro no se sentía incómodo entre la gente no devota, marginal de la sinagoga, “periférica”, y de “mala vida” que se le acercaba, buscando liberación. Y que las distancias, las precauciones, o sus diatribas y momentos de indignación, los reservó para el estamento de los puros y doctos, a los que acusó de hipócritas y cosas bastante más duras (Mt 23, 1-32); o para quienes, al abrigo de la religión, montaban negocios paralelos. Él siempre estuvo abierto al diálogo, lo que no quería decir que Él tragaba con todo: había unos mínimos en su programa. Pero él no condenaba, perdonaba proponiendo la conversión, como en el caso de la mujer samaritana, o como cuando Natán, el profeta, que tenía buena memoria y no se calló, le recuerda al poderoso rey David lo que había hecho con Urías, su general, para birlarle a su mujer. Los legalistas, que acusaron a Jesús de comedor y bebedor, o de que se sentaba y comía con pecadores y relativizaba el templo de piedra, se echaban las manos a la cabeza y se rasgaban las vestiduras. Para él lo importante no estaba en cumplir el rito, ni las bellas ceremonias de “religiosidad egipcia”, sino recuperar a oveja perdida y al hijo pródigo. “¿Sabéis por qué llaman a Roma el ‘depósito de la fe?” (Preguntaba un cura, desenfadadamente, en el templo Entrevías). “Porque el que va a Roma la pierde”.

Friday, August 10, 2007

Ni Pies ni Cabeza

Para todos los cristianos, la historia de la Iglesia y su tradición, es algo cuanto menos, importante. A lo largo de los siglos esta Iglesia nuestra ha ido caminando, construyendo una estructura fuerte y estable que le ha permitido mantenerse en los vaivenes de los diferentes imperios, corrientes históricas, revoluciones... Sobra decir que en nuestra historia ha cometido pecados aberrantes, que todos conocemos. Por desgracia en cada capítulo importante de la Historia de la humanidad hay más de una página negra de nuestra Iglesia: Santa Inquisición, colonización de América, holocausto nazi, Guerra Civil española, dictaduras latinoamericanas, y un largo etcétera. No menos cierto es que conviviendo con estas mismas realidades, ha habido grandes personajes de la misma Iglesia, que han encarnado el evangelio hasta las últimas consecuencias: Tomás Moro, Bartolomé de las Casas, Óscar Romero, Angeleli, y tantos y tantos otros más o menos conocidos. Es más, la postura oficial de la Iglesia, no siempre ha estado al lado de los poderosos, (gracias Señor por Juan XXIII, una vez más).

Pues bien en este transcurrir de los años ha habido costumbres y hábitos, en el mejor sentido de la palabra, que con la mejor de las intenciones, se han instaurado como parte de nuestra tradición, e incluso, y esto no deja de ser peligroso, como parte de nuestra identidad católica. Celibato, procesiones, santos rosarios... pan fermentado. No es mi intención hacer una crítica descarnada de todos estos elementos, ya que no los juzgo ni como buenos, ni como malos, sólo como herramientas, medios, que pueden ayudar la vida de fe. Y aquí radica lo verdaderamente importante, la vida de fe, que también es fe en la vida aquí y ahora, si no amas a tu hermano, que tienes al lado, ¿cómo podrás amar a Dios?

Ni pies, ni cabeza. Lo de nuestra jerarquía no tiene ni pies, ni cabeza. Y lo digo en el sentido más evangélico de la frase. Recuerdo con esta expresión dos de las escenas más tiernas que aparecen en el evangelio, el lavatorio de pies, donde, el maestro se ciñe la toalla, y luego no se la quita, para seguir sirviendo; y la cabeza de Juan apoyada en el pecho de Jesús en la Última Cena, para escuchar hasta lo más profundo.

¿Hasta cuando esta jerarquía esclava de la tradición más superficial, que sale a la calle exigiendo la religión en la escuela, y en contra de los matrimonios homosexuales, y que tan callados estaban al estallar la guerra de Irak? ¿Hasta cuando esta jerarquía que condena sin compasión ni misericordia a sus hijos? Y que conste que no estoy de acuerdo con esos postulados, pero es eso lo más importante.

Tuesday, August 07, 2007

Pedir, Buscar, Llamar

En las primeras comunidades cristianas se recordaban unas palabras de Jesús dirigidas a sus seguidores en las que les indica en qué actitud han de vivir: «Os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide, recibe, quien busca, halla, y al que llama, se le abre».

No se dice qué pedir, qué buscar ni adónde llamar. Lo importante es la actitud de vivir pidiendo, buscando y llamando. Como un poco más tarde, Lucas dice que el Padre «dará su Espíritu Santo a los que se lo piden», parece que lo primero que hay que pedir, buscar y llamar es el Espíritu Santo de Dios.

«Pedid y se os dará». En la Iglesia se planifica, se organiza y se trabaja buscando eficacia y rendimiento. Pero, con frecuencia, sólo contamos con nuestro esfuerzo. No hay sitio para el Espíritu. Ni lo pedimos ni lo recibimos.

Pedimos vocaciones sacerdotales y religiosas pensando que es lo que más necesitamos para que la Iglesia siga funcionando, pero no pedimos vocaciones de profetas, llenos del Espíritu de Dios, que promuevan la conversión al evangelio.

«Buscad y hallaréis». Con frecuencia, no sabemos buscar más allá de nuestro pasado. Nos da miedo abrir nuevos caminos. No nos atrevemos a dar por terminado lo que ya no genera vida y ahogamos nuestra creatividad para iniciar algo realmente nuevo y bueno.

Sin buscadores es difícil que la Iglesia encuentre caminos para evangelizar el mundo de hoy. Mientras tanto, los jóvenes tienen derecho a saber si en la Iglesia nos preocupamos de su futuro y del mundo nuevo en el que van a tener que vivir.

«Llamad y se os abrirá». Si nadie llama al Espíritu, no se nos abrirán nuevas puertas. Defenderemos el presente con todas nuestras fuerzas. Tendremos miedo a los cambios pues si este presente se nos viene abajo, no hay nada más. Nos falta fe en el Espíritu creador de nueva vida.

Construiremos una Iglesia segura, defendida de peligros y amenazas, pero será una Iglesia sin alegría y sin aire, porque nos faltará el Espíritu Santo de Dios.

Fuente: Ecclesalia

Friday, August 03, 2007

Dios no Se Equivoca

Esta historia me llega de parte de mi hermano Erick Barinas. La consideré muy aleccionadora por lo que la comparto aquí con todos.

Hace mucho tiempo, en un reino distante, un monarca no creía en la bondad de Dios. Tenía, sin embargo, un súbdito que siempre le recordaba acerca de esa verdad. En todas las situaciones decía: ¡Rey mío, no se desanime, porque todo lo que Dios hace es perfecto. El nunca se equivoca!

Un día el rey salió a cazar junto con su súbdito, y una fiera de la jungla le atacó.

El súbdito consiguió matar al animal, pero no evitó que Su Majestad perdiese el dedo meñique de la mano derecha. El rey, furioso por lo que había ocurrido, y sin mostrar agradecimiento por los esfuerzos de su siervo para salvarle la vida, le preguntó a este:

Y ahora, ¿qué me dices? ¿Dios es bueno? Si Dios fuese bueno yo no hubiera sido

atacado, y no hubiera perdido mi dedo.

El siervo respondió:

Rey mío, a pesar de todas esas cosas, solamente puedo decirle que Dios es bueno, y que quizás eso, perder un dedo, sea para su bien. Todo lo que Dios hace es perfecto. ¡El nunca se equivoca!

El rey, indignado con la respuesta del súbdito, mandó que fuese preso a la celda más oscura y más fétida del calabozo. Después de algún tiempo, el rey salió nuevamente para cazar, y fue atacado, esta vez, por una tribu de indios que vivían en la selva. Estos indios eran temidos por todos, pues se sabía que hacían sacrificios humanos para sus dioses.

Inmediatamente después que capturaron al rey, comenzaron a preparar, llenos de júbilo, el ritual del sacrificio. Cuando ya tenían todo listo, y el rey estaba delante del altar, el sacerdote indígena, al examinar a la víctima, observó furioso:

¡Este hombre no puede ser sacrificado, pues es defectuoso! ¡Le falta un dedo!

Luego, el rey fue liberado. Al volver al palacio, muy alegre y aliviado, liberó a su súbdito y pidió que fuera a su presencia. Al ver a su siervo, le abrazó afectuosamente diciendo:

¡Querido siervo, Dios fue realmente bueno conmigo! Tú debes haberte enterado que escapé justamente porque no tenía uno de mis dedos. Pero ahora tengo una gran duda en mi corazón: si Dios es tan bueno, ¿por qué permitió que estuvieses preso, que tanto lo defendiste? El siervo sonrió, y dijo:

Rey mío, si yo hubiera estado junto con usted en esa caza, seguramente habría sido sacrificado en su lugar, ¡ya que no me falta ningún dedo! Por lo tanto, acuérdese siempre: ¡todo lo que Dios hace es perfecto, él nunca se equivoca!

Romanos 8:28

Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien,

Romanos 10:11

Porque la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado.

Thursday, August 02, 2007

Un Dios que Llora

Las imágenes de Dios dominantes en las religiones actuales nacieron, en su gran mayoría, en el cuadro de la cultura patriarcal. Es un Dios Señor del cielo y de la Tierra, que dispone de todos los poderes, justiciero y Padre severo. Antes, bajo la cultura matriarcal, confirmada hoy como una de las fases de la historia humana, vigente hace unos veinte mil años atrás, la imagen de Dios era femenina, la de la Grande Madre, la Madre de los mil senos, generadora de toda vida. Produjo una cultura más en armonía con la naturaleza y profundamente espiritual.

Nuestro inconsciente, que es personal y colectivo, guarda en forma de arquetipos y de grandes sueños estas experiencias hechas bajo estas dos formas de organizar la convivencia humana, bajo la figura del padre y bajo la figura de la madre. Ellas están presentes en nosotros y las exteriorizamos siempre a través del imaginario, del arte, de la música y de símbolos de todo orden.

Pero hay otra imagen, presente en la historia de las religiones y también en la tradición judeocristiana: habla del Dios que se hace niño, que no juzga sino que camina con nosotros, un Dios que llora por la muerte de su amigo, que siente pavor ante la muerte próxima y que finalmente muere gritando en la cruz. Varios místicos cristianos se refieren al Dios que sufre con los que sufren y que llora por los que mueren. Juliana de Norwich, gran mística inglesa (+1413), vio la conexión existente entre la pasión de Cristo y la pasión del mundo. En una de sus visiones dice: «Entonces vi lo que a mi entender era una gran unión entre Cristo y nosotros, pues cuando él padecía, padecíamos también. Y todas las criaturas que podían sufrir, sufrían con él». William Bowling, otro místico del siglo XVII, concretaba todavía más diciendo: «Cristo vertió su sangre tanto por las vacas y por los caballos como por nosotros los humanos». Es la dimensión transpersonal y cósmica de la redención.

Profesar, como se hace en el credo cristiano, que Cristo descendió a los infiernos, significa expresar existencialmente que él no temió experimentar el desamparo humano y la última soledad de la muerte.

Un gran biblista italiano recientemente fallecido, G. Barbaglio, en su ultimo libro sobre el Dios bíblico, amor y violencia, refiere un midrash judaico (un relato) sobre el llanto de Dios. Cuando vio que los jinetes egipcios con sus caballos eran tragados por las olas, después de haber pasado sin peligro todo el pueblo de Israel, Dios no se contuvo. ¿No eran también los egipcios sus hijos queridos y no sólo los de Abrahán y de Jacob?

Es rica la tradición bíblica que habla de la misericordia de Dios. En hebreo misericordia significa tener entrañas de madre y sentir en profundidad, muy dentro del corazón. El Salmo 103 es ejemplar en esto al afirmar que «Dios tiene compasión, es clemente y rico en misericordia; no está siempre acusando ni guarda rencor perpetuo. Como un padre siente compasión por sus hijos, porque conoce nuestra naturaleza y se acuerda de que somos polvo; su misericordia es desde siempre y para siempre». ¿Habrá palabras más consoladoras que éstas para los tiempos malos que vivimos?

Es sobre este trasfondo como debe ser entendida la resurrección de Cristo. Si la resurrección no fuera la resurrección del Crucificado, y con él la de todos los crucificados de la historia, sería un mito más de exaltación vitalista de la vida y no respuesta al drama del sufrimiento que él comparte y supera. Así, la jovialidad y el triunfo de la vida tienen la última palabra. Éste es el sentido de la utopía cristiana.

Otro artículo sin desperdicios de Leonardo Boff.