Carta abierta a mi hermano Benedicto XVI
Claude Lacaille, Prêtre des Missions-Étrangères, Trois-Rivières, 16 de mayo de 2007
Original en frances: http://www.ledevoir.com/2007/05/16/143634.html
Traducción de Marcela Villalobos Cid
Te escribo esta carta porque necesito comunicarme con el pastor de la Iglesia católica y no existe otro canal de comunicación para encontrarte. Me dirijo a tí como un hermano en la fe y en el sacerdocio, puesto que hemos recibido de manera común la misión de anunciar el Evangelio de Jesús a todas las naciones.
Soy sacerdote misionero quebequense desde hace 45 años; me comprometí con entusiasmo y al servicio del Señor en la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II. Fui llevado a un trabajo cercano en medios particularmente pobres : en el barrio de Bolosse en Puerto Príncipe durante François Duvalier, entre los Quechuas de Ecuador y finalmente en un barrio obrero en Santiago de Chile durante la dictadura de Pinochet.
Cuando hacíamos la lectura del Evangelio de Jesús, durante mis estudios en secundaria, me impresionaba la multitud de pobres y cojos de la vida que acompañaban a Jesús; sin embargo, los numerosos padres que nos acompañaban en ese colegio católico nos hablanban sólo de moral sexual. Tenía quince años.
La Teología de la Liberación ¿mezcla errónea de fe y política?
Dentro del avión que te conducía hacia Brasil, una vez más condenaste la Teología de la Liberación como un falso milenarismo y una mezcla errónea entre fe y política. Estuve profundamente enojado y herido por tus palabras. Ya había leído y releído las dos instrucciones que el ex-cardenal Ratzinger había publicado sobre el tema. Describen un espantapájaros que no representa para nada mi vivencia y mis convicciones. No tuve necesidad de leer a Karl Marx para descubrir la opción por los pobres. La Teología de la Liberación, no es una doctrina ni una teoría; es una manera de vivir el Evangelio en la cercanía y en la solidaridad con las personas más excluídas, con los empobrecidos.
Condenar así de manera pública a los creyentes que consagraron su vida, es indecente. Somos decenas de millares de laicos y laicas, religiosas y religiosos, sacerdotes venidos de todos lados que hemos seguido el mismo camino. Ser discípulo de Jesús, es imitarlo, seguirlo, actuar como Él actuó. No entiendo el ensañamiento y el acoso hacia nosotros. Justo antes de tu viaje a Brasil, redujiste al silencio y suspendiste la enseñanza católica del padre Jon Sobrino, teólogo comprometido y abnegado, compañero de los Jesuitas mártires del Salvador y de Monseñor Romero. Este hombre de 70 años ha servido con valor y con humildad a la Iglesia de América Latina por su docencia. ¿Acaso es una herejía el presentar a Jesús como un hombre y aceptar las consecuencias?
Viví la dictadura de Pinochet en Chile en una Iglesia guiada valientemente por un pastor excepcional, el Cardenal Raúl Silva Henriquez. Bajo su gobierno, acompañamos un pueblo aterrorizado por los militares fascistas católicos que pretendían defender la civilización cristiana occidental torturando, secuestrando, desapareciendo y asesinando. Viví esos años en La Bandera, un barrio popular tocado particularmente por la represión. Sí, escondí personas; sí, les ayudé a huir del país; sí, les ayudé a salvar el pellejo; sí, participé en las huelgas de hambre. También consagré esos años a leer la biblia con la gente de los barrios populares: centenares de personas descubrieron la Palabra de Dios y eso les permitió enfrentar la opresión con fe y valor, convencidos de que Dios les acompañaba. Organicé sopas populares y talleres artesanales para permitir a los ex-prisioneros políticos encontrar su lugar en la sociedad. Recogí los cuerpos asesinados en la morgue y les dí una sepultura digna, de seres humanos. Promoví y defendí los derechos humanos poniendo en riesgo mi integridad física y mi vida. Sí, la gran mayoría de las víctimas de la dictadura eran marxistas y nos acercamos hacia ellos porque nos parecíamos. Y cantamos y esperamos juntos el fin de esta ignominia. Soñamos juntos la libertad.
¿Qué hubieras hecho en mi lugar? ¿Por cuál de estos pecados quieres condenarme, mi querido Benedicto? ¿Qué es lo que te enemista con esta práctica? ¿Acaso es lejana de lo que Jesús hubiera hecho en las mismas circunstancias? ¿Cómo piensas que me siento cada vez que escucho tus repetidas condenaciones? Estoy llegando como tú al final de mi servicio ministerial y esperaba ser tratado con un poquito más de respeto y cariño de la parte de un pastor. Pero tú me dices: “No has entendido nada del Evangelio. Todo eso es solamente marxismo. Eres un ingenuo” ¿No te parece que hay mucha arrogancia?
Vengo llegando de Chile donde vi a mis amigos de barrio desde hace 25 años; fueron 70 los que me recibieron en enero. Me acogieron de una manera tan fraterna que me decían: «Tú viviste con nosotros, como nosotros, nos acompañaste durante los peores años de nuestra historia. Fuiste solidario y nos amaste. ¡Esa es la razón por la cual te queremos tanto!» Y esos mismos trabajadores y trabajadoras me decían: «Nuestra Iglesia nos ha abandonado. Los sacerdotes regresaron a sus templos; ya no comparten con nosotros, ya no viven entre nosotros».
En Brasil es la misma realidad: durante 25 años han remplazado un episcopado comprometido con los campesinos sin tierra y con los pobres de las favelas de las grandes ciudades, por obispos conservadores que han combatido y rechazado las miles de comunidades de base donde la fe se vivía al ras de la vida concreta. Todo esto ha provocado un vacío inmenso que las Iglesias evangélicas y pentecostales han sabido llenar: ellas han permanecido en medio del pueblo. Y es por miles de centanares que los católicos pasan a esas comunidaes.
Querido Benedicto, te suplico cambiar tu mirada. No tienes la exclusividad del Soplo Divino; toda la comunidad eclesial está animada por el Espíritud de Jesús. Te lo pido, haz una remisión de tus condenaciones; serás juzgado pronto por el Único autorizado a clasificar a la derecha o a la izquierda, y tú sabes tan bien como yo que es sobre el amor que será nuestro juicio.
Fraternalmente,
Claude Lacaille, p.m.é
Trois-Rivières
16 de Mayo 2007
Traducción : Marcela Villalobos Cid
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