Ayer pude ver la última película boliviana de Antonio Egino, posee grandes virtudes, como por ejemplo la excelente ambientación de la época, en el año 1927 en un pueblo minero de Bolivia, pero también bastantes falencias, como los parlamentos muchos de ellos forzados y algo artificiales. Pero no voy a hacer una crítica cinematográfica, sino que voy a referirme al problema del fondo religioso que deja entrever el título de la película.
El título, aunque menos literario, podría ser también los Andes no creen en el Dios de la Iglesia católica, pues si hay un pueblo todavía hoy profundamente religioso, es el pueblo andino, creyente en el Dios de sus antepasados, que acoge a todos sus hijos sin exclusión y que seguro que es sencillamente el mismo, pero con diferente manifestación.
Dos personajes importantes de la película son el sacerdote con sus feligresas de la legión de santa Catalina y la prostituta con sus chicas chilenas. La acción sucede en el pueblo minero de Uyuni, en los años del auge de la minería. Al sacerdote lo que le interesa es la moral y las buenas costumbres, no hace nunca referencia en sus sermones al sufrimiento de los indios en los socavones de la mina, que escupen sangre para que los dueños de la empresa minera y los grandes industriales ingleses se beneficien de la riqueza que produce el mineral, sobre todo gracias a la guerra.
En ese afán moralizante se organiza una marcha liderizada por el sacerdote y la presidenta de la asociación católica para ir a expulsar a las prostitutas del pueblo. Antes ya el sacerdote la había expulsado de la Iglesia, a la que asistía regularmente, pero cubierta por un velo negro para no ser reconocida. La marcha termina con el incendio del prostíbulo y con una pedrada que da en la cabeza de la prostituta mayor, que da la cara en defensa de sus chicas, quedando excomulgada para siempre.
Esa es la imagen antigua que todavía lamentablemente da hoy, en muchas ocasiones, nuestra Iglesia católica jerárquica, obsesionada por la moral y por el dogma, pero no por la moral de los negocios, en los que ella también está involucrada, ni por la moral de la justicia social o distributiva, ni por la moral del respeto a la libertad de los hijos de Dios, ni por la moral de la acogida ni por la solidaridad con los pobres, sino por la moral sexual, obsesionada en temas como el control de la natalidad, el uso de los preservativos, la homosexualidad, las uniones entre gays, los sacramentos para los divorciados y en tantos otros.
La segunda obsesión es por la letra del dogma, como para otros es la letra de la Biblia, cuando las mismas escrituras dicen que la letra mata y el espíritu es el que da vida. Y esto es lo que está pasando con los excomulgados de hoy, importantes teólogos de la llamada teología de la liberación, comprometidos con los pobres y que intentando buscar en las escrituras luz para el mundo de hoy, la Iglesia jerárquica católica los incrimina a uno detrás de otro, privándolos de la docencia y censurando sus escritos.
La iglesia católica oficial sigue dando todavía muchas veces esa imagen de antaño que nos muestra la película boliviana, y es por eso, entre otras razones, por las que se está quedando con los acomodados, con los que no quieren ningún cambio para defender su estatus, con los integritas y fanáticos, con los que tienen una fe para el templo pero no para la vida o una fe sin reflexión y sin espíritu de búsqueda. Y con los que no nos vamos a pesar de todo esto, por que sentimos que es nuestra casa y tenemos todo el derecho de estar en ella, por más equivocados que estemos.
Ya perdió la Iglesia en el siglo XIX a la clase obrera por llegar tarde a la industrialización y a los intelectuales por condenar el modernismo, a los jóvenes en el siglo XX por mantener sus símbolos sin significación para ellos y con un lenguaje ininteligible para la juventud, a las mujeres en el XXI por estar al margen de su emancipación y sus conquistas y seguirá perdiendo, si sigue así, incluso a los pueblos religiosos de Latinoamérica que no entienden a la Iglesia católica romana, pero que sí creen en Dios.
En vísperas de la reunión de obispos latinoamericanos, que se realizará este año en Aparecida, Brasil, manipulada ya desde el Vaticano, se ha retirado de la enseñanza y condenado a tres de sus libros al jesuita Jon Sobrino, una de las figuras religiosas de hoy más lúcidas y más comprometidas con los pobres y con la teología en América Latina. Pidamos a los obispos de Latinoamérica y el Caribe que sean fieles al Dios encarnado en esa realidad nuestra, con menos miedos y con la liberta de los hijos e Dios para que podamos seguir creyendo en el Dios de la vida y de la esperanza.
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