Para todos los cristianos, la historia de la Iglesia y su tradición, es algo cuanto menos, importante. A lo largo de los siglos esta Iglesia nuestra ha ido caminando, construyendo una estructura fuerte y estable que le ha permitido mantenerse en los vaivenes de los diferentes imperios, corrientes históricas, revoluciones... Sobra decir que en nuestra historia ha cometido pecados aberrantes, que todos conocemos. Por desgracia en cada capítulo importante de la Historia de la humanidad hay más de una página negra de nuestra Iglesia: Santa Inquisición, colonización de América, holocausto nazi, Guerra Civil española, dictaduras latinoamericanas, y un largo etcétera. No menos cierto es que conviviendo con estas mismas realidades, ha habido grandes personajes de la misma Iglesia, que han encarnado el evangelio hasta las últimas consecuencias: Tomás Moro, Bartolomé de las Casas, Óscar Romero, Angeleli, y tantos y tantos otros más o menos conocidos. Es más, la postura oficial de la Iglesia, no siempre ha estado al lado de los poderosos, (gracias Señor por Juan XXIII, una vez más).
Pues bien en este transcurrir de los años ha habido costumbres y hábitos, en el mejor sentido de la palabra, que con la mejor de las intenciones, se han instaurado como parte de nuestra tradición, e incluso, y esto no deja de ser peligroso, como parte de nuestra identidad católica. Celibato, procesiones, santos rosarios... pan fermentado. No es mi intención hacer una crítica descarnada de todos estos elementos, ya que no los juzgo ni como buenos, ni como malos, sólo como herramientas, medios, que pueden ayudar la vida de fe. Y aquí radica lo verdaderamente importante, la vida de fe, que también es fe en la vida aquí y ahora, si no amas a tu hermano, que tienes al lado, ¿cómo podrás amar a Dios?
Ni pies, ni cabeza. Lo de nuestra jerarquía no tiene ni pies, ni cabeza. Y lo digo en el sentido más evangélico de la frase. Recuerdo con esta expresión dos de las escenas más tiernas que aparecen en el evangelio, el lavatorio de pies, donde, el maestro se ciñe la toalla, y luego no se la quita, para seguir sirviendo; y la cabeza de Juan apoyada en el pecho de Jesús en la Última Cena, para escuchar hasta lo más profundo.
¿Hasta cuando esta jerarquía esclava de la tradición más superficial, que sale a la calle exigiendo la religión en la escuela, y en contra de los matrimonios homosexuales, y que tan callados estaban al estallar la guerra de Irak? ¿Hasta cuando esta jerarquía que condena sin compasión ni misericordia a sus hijos? Y que conste que no estoy de acuerdo con esos postulados, pero es eso lo más importante.
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