Muchas veces, cuando actuamos movidos por un fanatismo radical las cosas no funcionan como deberían. Esto sucede a diario en nuestra iglesia, en la cual la jerarquía trata desmedidamente de imponer a otros a sangre y fuego, algunos dogmas, doctrinas y tradiciones que pueden estar bien para algunos de nosotros, pero no tienen que ser la norma. Este es un artículo de mi hermano Leonardo Boff, pensemos en cómo poco a poco nos podemos estar convirtiendo en algo en lo que el Señor no estaría de acuerdo.
Los acontecimientos ocurridos en los últimos meses dentro de la Iglesia católica romana nos suscitan la cuestión del peligro de que ésta asuma claramente comportamientos de secta. Benedicto XVI está imprimiendo un curso peligroso a la Iglesia católica, provocando severas críticas no sólo de teólogos, sino de cardenales, de episcopados completos como el de Francia, de grupos de obispos de Alemania y, sorprendentemente, de obispos de la romanísima Italia, además de otros líderes religiosos y de organismos ecuménicos mundiales. Desde su tiempo de cardenal ha tratado a los grupos progresistas y a los teólogos de la liberación a bastonazos, y con guantes de terciopelo a los conservadores y tradicionalistas seguidores del obispo Lefèbvre, excomulgado en 1988 y que en contra de Roma ordenó a sacerdotes y obispos. El Vaticano acabó por consentir sus seminarios donde forman al clero según el rito tradicionalista. Y ahora acaba de atender a una de sus demandas mayores: volver a la misa en latín del Concilio de Trento (1545-1563) con todas sus limitaciones históricas, hoy inaceptables. En ella se reza «por los pérfidos judíos» para que acepten a Jesús como Mesías.
Lo más grave ocurrió inmediatamente después con la publicación de “cinco preguntas sobre la Iglesia”, originada en la Congregación para la Doctrina de la Fe y aprobada por el Papa, en la que se repite lo que en el año 2000 enfatizaba el entonces cardenal J. Ratzinger en el documento Dominus Jesús, verdadero exterminador del futuro del ecumenismo: la única Iglesia de Cristo subsiste solamente en la Iglesia Católica, fuera de la cual no hay salvación. Las demás «iglesias» no lo son pues sólo poseen «elementos eclesiales», y la Iglesia Ortodoxa, tenida como una expresión de la catolicidad, fue rebajada a simple iglesia particular. Estas posiciones reencienden la guerra religiosa cuando todos están buscando la paz, cuya consecución está siendo debilitada por la Iglesia.
La Iglesia Católica se está aislando cada vez más de todo. Su base social son principalmente los movimientos, mediocres en pensamiento, subordinados a las autoridades, que prefieren la aeróbica de Dios a enfrentarse con los problemas de la pobreza y de la injusticia. Una Iglesia se comporta como secta, según clásicos como Troeltsch y Weber, cuando tiene la pretensión absolutista de detentar ella sola la verdad, cuando se niega al diálogo, rechaza el trabajo ecuménico y manifiesta una creciente autofinalización. En este sentido cabe recordar que el Vaticano no ha firmado la Carta de los Derechos Humanos de 1948, se negó a entrar en el Consejo Mundial de Iglesias porque se juzga por encima y no junto a las demás Iglesias, se negó a apoyar la convocación de un Concilio universal de todos los cristianos en la perspectiva de la paz mundial, con el pretexto de que le compete exclusivamente a Roma hacerlo, prohibió la compra de las tarjetas del UNICEF destinada a la infancia desfavorecida alegando que esta entidad favorecía el uso de preservativos. Por otro lado, crece el patrimonio inmobiliario de la Iglesia que, según algunas investigaciones (Adista 2/6/07), llega a 1/5 de todo el patrimonio italiano y romano. La especulación inmobiliaria y financiera produjo al Vaticano 1047 millones de euros entre 2004 y 2005.
La estrategia doctrinal del papa actual es la de la confrontación directa con la modernidad con un pesimismo cultural inadmisible en alguien que debería saber que el Espíritu no es monopolio de la Iglesia y que la salvación es ofrecida a todos.
No causaría asombro si algunos más radicales, animados por gestos del actual papa, intentasen un cisma en la Iglesia. En el siglo IV casi todos los obispos adherían a la herejía del arrianismo (Cristo sólo semejante a Dios). Fueron los laicos quienes salvaron a la Iglesia proclamando a Jesús como Hijo de Dios. Es urgente actualizar esta historia dada la estrechez de mente y el vacío teológico reinante en los niveles altos de la Iglesia.
No comments:
Post a Comment