Como si fuera una protesta, También Jesucristo, hoy grita contra la guerra, contra la matanza, contra el terror que nos convierte en prisioneros de nuestras propias casas. Un artículo de Leonardo Boff.
Y, de repente, el Cristo del Corcovado se estremeció y cobró vida. Lo que era cimiento y piedra se hizo cuerpo y sangre. Levantando los ojos, vio multitudes que llenaban calles y plazas del mundo entero, llevando banderas blancas y clamando: queremos paz, nunca más la guerra. Entonces, conmovido de ternura, abrió la boca y dijo:
«Bienaventurados todos vosotros, constructores de la paz, porque seréis llamados hijos del Altísimo y amigos de la Tierra. Benditos vosotros, porque conservasteis la memoria del arco iris, la alianza que sellé con toda la vida y para siempre».
Y mirando más lejos, vio ciudades milenarias destruidas, monumentos de la cultura humana reducidos a polvo, cuerpos destrozados, niños calcinados por el fuejo, mujeres mutiladas por la metralla de las bombas, y sangre, mucha sangre por las paredes humeantes. Y lleno de ira sagrada, con voz cortante, habló y dijo:
«Ay de vosotros, señores de la guerra, enemigos de la vida y de la naturaleza, y asesinos de mis hermanos y hermanas del Islam.
Raza de víboras venenosas, ¿por qué no escuchasteis el clamor de la Humanidad suplicando diálogo, negociación y paz?
Blasfemos, usáis el nombre del Dios de la vida para quitar la vida a los otros.
Hipócritas, despreciasteis las leyes que vosotros mismos creasteis para contener la voluntad de agredir y de matar. ¿Por qué habéis despreciado las normas internacionales que salvaguardan la justicia mínima y la más elemental humanidad? ¿Por qué con sacos de vil dinero habéis hecho todo lo posible para comprar conciencias y conseguir con extorsión la licencia para atacar y matar?
Cobardes, escogisteis un país sitiado, humillado y extenuado para mostrar la capacidad de devastación que habéis conseguido, como nunca antes fue vista sobre la faz de la Tierra.
Ay de vosotros, terroristas del miedo, que con el pretexto de desarmar a un tirano que vosotros mismos armasteis con armas de destrucción masiva, mentisteis al pueblo, alegando un peligro inminente de ataque. Contra el más mínimo sentido del derecho, os adelantasteis con una guerra desproporcionada. Más aún que el petróleo, lo que queréis es destruir a quien no se someta a vuestros intereses, extendidos ahora a todo el Planeta.
Maldita la «guerra preventiva» que os trajo el miedo preventivo. ¿No veis que habéis hecho a vuestro pueblo rehén del miedo, del miedo a montar en un avión, miedo a recibir cartas, miedo a los árabes, miedo a los musulmanes, miedo a vosotros mismos?
Malditas las bombas inteligentes. Más maldita aún la «madre de todas las bombas», cuyo poder destructivo sólo queda un paso detrás de las armas nucleares.
Ay de las inteligencias que han excogitado esa máquina de muerte contra todas las formas de vida… Habéis abierto las puertas del infierno y habeis soltado los demonios del terror y las masacres. ¿Qué habéis hecho de vuestros hermanos? ¿Qué habéis hecho?
Padre Santo: vuelve tu mirada hacia los humanos, mis hermanos y hermanas más pequeños. Dales el cuidado de unos para con otros, a fin de que nazca la paz verdadera. Que estén celosos por el bien de su Casa Común, la Tierra, que enjuguen mutuamente sus lágrimas, que se estrechen las manos, que se besen en el rostro, que se sienten a la mesa y sientan la generosidad del alimento suficiente para todos. Y que rían y canten y amen y veneren, bajo el mismo arco iris de la gracia divina que se extiende sobre todos, expresión de tu Reino –tuyo y nuestro- de benevolencia y Paz».
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