Fue la única respuesta de Bartimeo, frente a la pregunta de Jesús, ¿qué quieres que haga por ti?
Tal vez hoy, sea ése el ruego de mucha, muchísima gente, que como el ciego, grita en silencio, conciente o no de una ceguera que en este momento de la historia, ya no puede o no debe existir.
Durante muchos siglos la Palabra fue propiedad privada de "los elegidos". Los sencillos," los comunes ", las grandes multitudes que formamos el Pueblo de Dios, no accedimos a ella, y cuando reflexiono sobre el por qué, tengo una muy fea sospecha, "Cuidado con esa semilla, que puede germinar".
En este momento de la historia, donde hasta el niño de ocho años, conoce cuando sus derechos son pisoteados, porque en la escuela, sus maestros se los enseñan, ya no podemos ni queremos permanecer ciegos, no nos alcanza con escuchar la Palabra pasivamente en la misa, ni escuchar sólo el comentario que hace de ella el celebrante. Eso es sólo una parte, que ayuda, sí, pero no es todo, porque mil celebrantes, mil interpretaciones diferentes. Nosotros, los laicos, los que trabajamos en nuestras parroquias porque queremos el Reino, ya, desde aquí y ahora, los que ni siquiera podemos leer el Evangelio en las misas, somos seres pensantes, reflexivos, (no sabremos latín, pero sí sabemos leer, proclamar, expresar, saborear las palabras) muy capaces de interpretar el mensaje de Dios y ponerlo en práctica, porque también somos elegidos por Él, amamos a Jesús y recibimos su amor permanentemente.
¿Es necesario que esto se diga?, pues sí, es muy necesario, porque hay momentos, muchísimos, en que parece que somos transparentes. Nosotros no queremos el poder, no ambicionamos ocupar ningún lugar especial, porque Dios nos llamó para otra tarea, para formar su Reino desde nuestros trabajos, nuestras familias, nuestros amigos, pero sí queremos ayudar y ayudar es también participar, opinar, construir también con nuestras voces de gente de la calle, con formación de vida, formación de Dios.
Hoy, estamos aún afuera, sabiendo que Jesús nos mueve, nos inspira, nos exige amorosamente.
Como Bartimeo, pedimos la luz para nuestros ojos, Él nos cura, lo vemos, lo reconocemos, sabemos cuándo es su voz la que nos guía, ¿entonces?, ¿qué nos impide ir también formando el camino?, ¿tenemos que seguir, como ciegos, siendo tantos, siguiendo el camino que poquitos van trazando? ¿No será que entre muchos, entre todos y con todos, podremos hacer la tarea mejor? Más aún en mi país, donde si nos subiéramos a una montaña, podríamos ver el rostro de cada uno.
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