Durante la homilía que pronunció este domingo con ocasión de la ordenación sacerdotal de 21 nuevos presbíteros para la diócesis de Roma, el Papa Benedicto XVI resaltó, con ocasión de la Solemnidad de Pentecostés que la Iglesia es la casa de Dios donde no hay olvidados ni despreciados.
“La Iglesia es desde su inició católica (universal), esta es su esencia más profunda” dijo el Papa; y señaló que ella debe “siempre convertirse en lo que es: debe abrir las fronteras entre los pueblos y derribar las barreras entre las clases y las razas. En ella no puede haber ni olvidados ni despreciados”.
“En la Iglesia –continuó- existen solamente hermanos y hermanas en Jesucristo libres. El viento y el fuego del Espíritu Santo deben sin secar abrir aquellas fronteras que nosotros los hombres seguimos alzando entre nosotros”.
El Santo Padre llamó a los fieles a rezar continuamente “para que el Espíritu Santo nos abra, nos dé la gracia de la comprensión, para que podamos convertirnos en el Pueblo de Dios proveniente de todos los pueblos”.
El Papa Benedicto XVI recordó luego que Jesús resucitado atravesó las puertas cerradas por los discípulos para darles la paz. “Nosotros, continuamente cerramos nuestras puertas; continuamente, queremos ponernos al seguro y no ser perturbados por los otros y por Dios. Por ello podemos continuamente suplicar al Señor solamente por esto: para que Él venga a nosotros superando nuestras cerrazones y nos traiga su saludo. ‘La paz esté con vosotros’: este saludo del Señor es un puente, que Él lanza entre el cielo y la tierra”.
El Papa destacó luego que, al soplar sobre los discípulos, el Señor les infundió el espíritu de Dios.
Por ello, “en los hombres, incluso con todas sus limitaciones, existe ahora algo absolutamente nuevo – el soplo de Dios. La vida de Dios habita en nosotros. El soplo de su amor, de su verdad y de su bondad”.
“Hemos oído –siguió el Papa- que el Espíritu Santo une, destruye las fronteras, conduce los unos hacia los otros. La fuerza, que abre y hace superar el Babel, es la fuerza del perdón”. Y añadió que el corazón de Jesús “abierto en la cruz es la puerta a través de la cual entra en el mundo la gracia del perdón. Y sólo esta gracia puede transformar el mundo y edificar la paz”.
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